miércoles, 17 de septiembre de 2014

El camino es la recompensa

Alguna vez me han preguntado por qué uso tanto esa frase, sobre todo últimamente. Y es que desde que leí la biografía de Jobs, pienso en ella muchísimas veces, y últimamente mucho más. Esa frase esconde, a mi juicio, más sabiduría de lo que parece. Trataré de explicarme. Primero, ¿de dónde surge esa frase?


Pues surge en uno de los momentos más complicados donde Jobs fue quitado del medio en la empresa que él mismo creó y, en 1982 se encontraba dirigiendo al equipo Mac, unos cuantos ingenieros, elegidos por él a los que exprimió al máximo. Tenía un comportamiento de máxima exigencia con ellos, Jobs se tomó el proyecto Macintosh como algo tremendamente importante, alejado como si fuera una isla de lo que se hacía en el resto de la compañía.

Pues bien, una de las cosas que hacía Jobs, y que creo que se debería hacer con más asiduidad en las empresas, grandes y pequeñas, son los retiros para pensar, motivarse y crear espíritu de equipo. En uno de esos encuentros, con un equipo cansando, que sufría retrasos, presiones del propio Jobs pero también de la compañía que estaba destinando mucho dinero en algo que no se sabía muy bien qué podía ser y, sobre todo, si el público lo aceptaría o no. En una de las convenciones de 1982 Jobs en un retiro pronunció un discurso a su equipo. Cito el pasaje del libro donde surge la frase:

“A pesar de su odioso comportamiento, Jobs también tenía la habilidad de dotar a su equipo con un gran espíritu de compañerismo. Tras arremeter contra alguien, encontraba la forma de levantarle la moral y hacerle sentir que formar parte del proyecto del Macintosh era una misión fascinante. Y una vez por semestre, se llevaba a gran parte de su equipo a un retiro de dos días en algún cercano destino vacacional. El de septiembre de 1982 se celebró en Pajaro Dunes, cerca de la localidad californiana de Monterrey. Allí, sentados junto al fuego en el interior de una cabaña, se encontraban unos cincuenta miembros del equipo. Frente a ellos, Jobs se situaba en una mesa. Habló con voz queda durante un rato, y a continuación se acercó a un atril provisto de grandes hojas de papel, donde comenzó a escribir sus ideas. La primera era: «No cedáis». Se trataba de una máxima que, con el tiempo, resultó ser beneficiosa y dañina a la vez. Con frecuencia, los equipos técnicos tenían que llegar a soluciones de compromiso, de manera que el Mac iba a terminar siendo todo lo «absurdamente genial» que Jobs y su equipo pudieran, aunque no fue lanzado al mercado hasta después de otros dieciséis meses […] Para Jobs “no está acabado hasta que sale al mercado; «es preferible no cumplirla antes que entregar el producto equivocado» Otra de las páginas contenía una frase similar a un koan que, según me contó, era su máxima favorita. «El viaje es la recompensa», rezaba. A Jobs le gustaba resaltar que el equipo del Mac era un grupo especial con una misión muy elevada.

 “«Cada día que pasa, el trabajo que están llevando a cabo las cincuenta personas aquí presentes envía una onda gigantesca por el universo —afirmó—. Ya sé que a veces es un poco difícil tratar conmigo, pero esta es la cosa más divertida que he hecho en mi vida».”

Exigencia, trato duro, difícil pero a la vez te hacía inmolarte en grandes retos, apasionantes. Jobs era un tipo tremendamente complejo, y la biografía de Walter Isaacson es también dura con él. Pero hay algo en lo que conectamos, y es su pasión por la meditación. Y no se puede entender “el camino es la recompensa” sin un pensamiento Zen.


Llevo meses inmerso en el mundo Mindfulness, en lecturas de todo tipo, científicas y espirituales, sobre la atención consciente, el ego, las emociones y cómo el estrés puede destruirnos. Y una de las máximas más importantes de la meditación es que te permite centrarte en el presente. Es un entrenamiento muy potente para ganar foco, atención máxima, como un láser, en el único momento que existe, que es el presente, en lo que ocurre, en el ahora, en lo que estás haciendo.

A muchos nos atormenta el pasado, todo aquello que no dijimos, que no hicimos, o lo que hicimos y nos arrepentimos, los errores que nos golpean con fuerza, nuestros miedos adquiridos. Nuestra educación, nuestra infancia, después la adolescencia… el pasado parece que nos encarcela para vivir nuestro presente. Estamos atrapados muchas veces en nosotros mismos, y esto es terriblemente perjudicial.
 “El enemigo es uno mismo, vive dentro, acurrucado en los pliegues más hondos de nuestra conciencia.”  Santiago Álvarez de Mon. Aprendiendo a Perder.

Esta cita de Santiago Álvarez explica perfectamente cómo lo que tenemos dentro es nuestro peor enemigo. El pasado pero también el futuro. De hecho, el propio Santiago se pregunta “¿Por qué se asocia la vida con la meta y no con el camino?” Esta cuestión es una versión de “el camino es la recompensa” si lo pensamos bien.



Y es que pensar en el futuro es a veces tan peligroso como atormentarnos con el pasado. A cuánto estamos dispuestos a renunciar por algo que vendrá mañana, pero cuando el hoy acaba y se está transformando en ‘mañana’ esta da un salto y lo que pensamos que llegaba ya, resulta que no es así. “Dejaré este trabajo cuando tenga X dinero”…”no haré este viaje porque esperaré a…” “me apasiona esto pero tengo miedo, prefiero esperar…”. Yo he vivido, y lo reconozco, muy enfrascado en esta tipología de pensamientos.

Esperar, tener expectativas, dibujar, visualizar la meta como único fin hace que si te quedas a un metro, a un segundo de ella, todo lo demás no importa, te sientes un perdedor, estás perdido. Parece que estamos programados para “ganar”, pero nunca tenemos suficiente, no sabemos en realidad qué eso de ganar, es una especie de entelequia que nos hace perder los minutos de nuestra vida en el futuro, en algo que parece sólo existe en nuestra cabeza. Está demostrado, por estudios científicos, que esa expectativa ya genera cambios en nuestro cerebro. A nuestro cerebro le cuesta mucho distinguir qué es real y qué está en nuestra imaginación. La expectativa se convierte en algo tan real, tan factible, que si no lo conseguimos la desilusión es terrible. ¿Nunca has soñado con una experiencia, que saboreas mentalmente, que tienes muchas ganas, que parece que está ahí, que ya parece una realidad pero cuando la vives y es distinto a cómo la pensaste te llevas un sentimiento de dolor y frustración muy severos?

Vuelvo a citar a Santiago Álvarez:

“Tan necesitados están de ganar, desean tanto sobresalir, que en ninguna de las fases que jalonan su carrera disfrutan íntimamente de su trabajo ni aprecian el proceso en sí mismo, independientemente de los resultados”.
Ceñirte sólo a los resultados (a la expectativa de los mismos), poner el ego (ese monstruito que nos define y que es insaciable) por encima de todo, hace que seamos esclavos del “más y más”. ¿Y si nos paramos y disfrutamos de lo que estamos haciendo? Y si nos paramos y vemos que lo que hacemos es una mierda sin sentido ¿porque no tomamos decisiones, aunque sean pequeñas, para cambiarlo? ¿Y si el camino es más importante que la meta? ¿Y si el camino, los infinitos caminos, es lo único que existe?



En una carrera reciente por la playa pensaba sobre el sufrimiento del camino al correr. Correr se disfruta mucho más al finalizar, al ver el camino recorrido y al sentir que lo que has hecho es realmente importante para ti. En cambio, si prestamos atención consciente y plena a cada zancada, a lo que ocurre a nuestro alrededor, a la respiración, al sonido del mar, al olor a sal, al paisaje que se muestra en el horizonte con nubes cargadas que acaban en medio del agua…si pensamos en todo eso, la percepción de que o llegamos a la meta o nada, de que sólo cuando acabe esto tendrá sentido…se esfuma. La próxima vez que vayas a caminar (aunque sea para ir al trabajo), que comas o que tomes un café, piensa en todo lo que tienes en ese momento cerca de ti. Pon plena atención (y apaga el WhatsApp) y entenderás poco a poco esto de que el camino es la recompensa.


Esto no quiere decir que centrarse en el presente implique no planificar, no priorizar, no tomar decisiones que atañen al futuro. Para nada, de hecho es clave. No se puede hacer algo con sentido AHORA sin antes cargarte lo que NO debes hacer, lo que no has elegido, lo que te aleja de tu propósito como persona. No confundamos los términos. Siempre recuerdo la frase de que “el mejor museo lo es precisamente no por los cuadros que se exponen en él, sino por los que se han descartado. Un museo lleno de cuadros, aunque sean excepcionales, se puede convertir en un almacén, donde no se puede apreciar la excelencia”. Así que priorizar, poner foco y disfrutar del camino están absolutamente correlacionados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario